Desde un estricto punto de vista etimológico, la palabra inteligencia proviene del latín intellegere, término compuesto de inter ‘entre’ y legere ‘leer, escoger’, y hace referencia a la mejor elección para resolver una cuestión o problema.
Desde el punto de vista puramente semántico, el concepto de inteligencia posee un gran abanico de acepciones y perspectivas dependientes de los entornos culturales, abordando cultura desde su significado más antropológico y no desde el artístico-humanista.
Dentro del pensamiento occidental y siguiendo la línea de las disciplinas e investigaciones que han surgido respecto al estudio de inteligencia, podemos asegurar que, desde principios de siglo XX, casi todos los estudios y definiciones sobre la inteligencia han estado ligados al cálculo y desarrollo del cociente intelectual (CI).
Según nos íbamos acercando hacia finales de siglo, diversos investigadores ya empezaron a advertir respecto a la importancia del uso y control de las emociones como mecanismo imprescindible para cosechar ‘el éxito’; conectar con la gente, saber desenvolverse socialmente, conocerse a sí mismo, etc…
Sentimientos, emociones e impulsos morales
“Inteligencia Emocional” (1996), el best-seller mundial del periodista científico Daniel Goleman, recopiló y definió con éxito diversos contenidos, anécdotas y teorías al respecto, aunque, a pesar del protagonismo que acapara, no fue él el primero en usar el término que puso título a su afamado libro.
De forma breve, Goleman quiso insinuar y demostrar que el cociente intelectual no era más importante que aquello que conocemos como ‘carácter’, es decir, el control y conocimiento de nuestros sentimientos, emociones e impulsos morales.
Según Goleman, tenemos dos mentes o inteligencias; una que piensa y otra que siente, una es reflexiva y analítica y la otra química e impulsiva
Según Goleman, tenemos dos mentes o inteligencias; una que piensa y otra que siente, una es reflexiva y analítica y la otra química e impulsiva.
Por ello, definen la inteligencia emocional como aquella capacidad que tiene el ser humano para armonizar lo emocional y lo cognitivo, con el objetivo de comprender, controlar, expresar y analizar las emociones dentro de sí y en los demás.
Esto, nos permite resolver problemas de forma creativa e interactuar con en el entorno y las personas de forma útil y eficaz.
Retomando la propuesta de Daniel Goleman, éste, tras su profundo y dilatado estudio, identifica y propone que son cinco los elementos o habilidades de los que se compone la inteligencia emocional:
- Autoconocimiento: el poder de la introspección; la conciencia de uno mismo y de lo qué sentimos en cada momento.
- Autocontrol: el control de las propias emociones, aquello que nos permite “no perder los papeles”
- Automotivación: el estado que nos ayuda a desplegar de forma alineada todo nuestro potencial cognitivo y emocional hacia una perspectiva general o una meta determinada.
- Empatía: la capacidad de percibir y sentir las emociones y experiencias subjetivas que otros atraviesan, permitiéndonos interactuar eficientemente con ellos.
- Habilidades sociales: las herramientas personales que desarrollamos para desenvolvernos con éxito en contextos plurales.
Inteligencia emocional y música
Hablar de inteligencia emocional y hablar de música es, prácticamente, obligatorio. Dentro del estudio y, sobre todo, la práctica del bello arte de los sonidos, se encuentran infinidad de herramientas y manifestaciones del desarrollo de este tipo de inteligencia en las personas que lo practican.
Por ejemplo, la música nos brinda la necesidad de ser conscientes de nuestras propias emociones para poder trasmitirlas o, incluso, de generarlas artificialmente (autoconocimiento).
Por otro lado, me entenderán perfectamente cuando les hablo de todos aquellos que se han visto invadidos por los nervios y la ansiedad ante una interpretación en público (vivido o presenciado como público), y más aún si era en solitario o comprometida (autocontrol).
La música te hace sentir que eres capaz de conseguir todo lo que te propones y a saborear el dulce sabor del trabajo bien hecho tras un gran esfuerzo
Otras veces, la música te hace sentir que eres capaz de conseguir todo lo que te propones y a saborear el dulce sabor del trabajo bien hecho tras un gran esfuerzo, tanto de forma individual como colectiva (automotivación).
El 90% de la información emocional que transmitimos y absorbemos no está verbalizada, es decir, no se necesitan las palabras para conectar emocionalmente a dos individuos, porque, a veces, la interpretación de una melodía es más que suficiente (empatía).
Si algo caracteriza a la música como arte es su carácter social, ya que nos hace viajar, trabajar, conocer e interactuar con gente muy diversa y permitiéndonos desarrollar múltiples y valiosas herramientas para desenvolvernos con éxito este mundo que nos ha tocado vivir (habilidades sociales).
El presente artículo constituye un marco teórico, en forma de preludio, con el principal objetivo de introducirnos y concienciarnos de aquello que respecta a esta temática. Aquí les dejo la primera parte, de las seis que habrá en total, de ‘INTELIGENCIA EMOCIONAL Y MÚSICA’: un conjunto de artículos que invita a adentrarse de forma teórica y práctica en el mundo de la inteligencia emocional y todo lo que la música tiene que decir sobre ésta, y viceversa.