A veces hay gente que hace de sus derechos un infierno para los que le rodean. A veces la gente no conoce los límites de sus derechos y los de los demás.
La historia que voy a contar tiene como protagonista a mi familia y sucedió una Nochebuena de hace ya unos cuantos años.
En realidad, los problemas empezaron mucho tiempo antes, aunque fue en esas Navidades cuando, con un gran disgusto, comenzó a solucionarse.
Desde que nos trasladamos a la que sigue siendo la casa de mis padres, un vecino del edificio contiguo dejó claro que el ruido de nuestra televisión le molestaba de tal manera que no podía reprimir dar golpes a la pared, golpes tan fuertes que parecía que se iba a caer la casa.
Una oreja pegada a la pared
Daba igual la hora del día que fuera, a él le molestaba el ruido de la televisión. A veces intentábamos leer los labios de los actores porque no oíamos absolutamente nada, pero nuestro vecino sí….
Mis padres cambiaron la televisión de sitio en el salón para evitar el susto de los golpes que cuando menos te lo esperabas empezaban a sonar como si fuera un terremoto.
Pero a este vecino comenzó a molestarle también que
hablásemos en el salón
Aún así, si nos despistábamos y de pronto había anuncios y se subía el volumen, ya teníamos el aviso de este señor al que llegábamos a sentir su oreja pegada a la pared.
Hasta entonces mis padres jamás habían recibido quejas del ruido en casa, ni en esta ni donde vivíamos con anterioridad.
Pero a este vecino comenzó a molestarle también que hablásemos en el salón. Mis padres no podían invitar a amigos, ni podíamos hacer ningún tipo de celebración, ni podíamos poner música…
… y entonces comenzó el acoso
El problema gordo comenzó cuando este señor localizó el teléfono de nuestra casa. Desde entonces se dedicó a llamar a altas horas de la madrugada y a colgar.
Al principio no sabíamos quién era y tuvimos que poner un identificador de llamadas para descubrirlo.
Hablo de una época en la que los teléfonos móviles no estaban ni mucho menos generalizados y dejar descolgado el teléfono fijo de casa nos generaba mucha incertidumbre porque toda nuestra familia vivía en otra ciudad.
No puedo describir el estrés que nos causó este vecino durante aquella época. Cuando supimos quién era, porque no lo conocíamos, nos enteramos de que su mujer y su hijo eran exactamente iguales y se retroalimentaban esa neurosis por el ruido.
Aquella Nochebuena a la que me refería al principio apareció en nuestra casa un chico de unos treinta y tantos años que vivía en el otro lado de nuestro terrible vecino y al que, igual que a nosotros, le estaba haciendo imposible llevar una vida normal en su casa.
Nos contó que iba a demandarlo por acoso y nos pedía sumarnos a la querella a la que también se había unido otra señora que por necesitar bastón para caminar sufría las mismas consecuencias que nosotros.
El juicio se gano, claro, y empezamos a sentirnos un poco más libres en nuestra propia casa, aunque siempre hemos ido con mucho cuidado por si acaso.
Denuncias por ‘No Ruidos’
Poco tiempo después nos encontramos mi madre y yo a este matrimonio enfermo y viví una de las conversaciones más surrealistas que he tenido en mi vida.
Nos contaron que tenían denunciados a todos los vecinos de la manzana por ruidos, incluida la comisaría de enfrente
Nos contaron que tenían denunciados a todos los vecinos de la manzana por ruidos, incluida la comisaría de enfrente del edificio.
Lo contaban como si fuera lo más normal del mundo y a mí no me cabía en la cabeza que no vieran lo absurdo de la situación y el gran problema de convivencia que tenían.
Imagino que habrán perdido mucho más juicios, pero lo peor es que están perdiendo sus vidas obsesionados por no oír absolutamente nada de su entorno más cercano.