Elena Rubio, la psicóloga en tus zapatos
“Mucho, mucho ruido, Tanto, tanto ruido, Tanto ruido y al final Por fin el fin Tanto ruido y al final” (Joaquín Sabina – Ruido)
¿Somos conscientes del ruido que nos rodea? ¿Y de cómo nos afecta? Cuando nos compramos una casa, buscamos el colegio de los hijos, buscamos un puesto de trabajo… tenemos en cuenta gran cantidad de variables, tales como el precio, la ubicación, las comunicaciones y transportes, la calidad de la enseñanza del colegio, o si la casa tiene piscina, plaza de garaje o trastero Y si mi trabajo está bien remunerado o tiene un horario que se adapta a mis necesidades.
Cuántas casas o colegios hay próximos a carreteras o calles muy concurridas o aeropuertos, y trabajos con presencia de maquinarias ruidosas…
Es fácil pensar en más condiciones que nos pueden empujar a comprar una casa, o a echar el currículum en una oferta de trabajo o a matricular a nuestro hijo en dicho colegio.
Pero… pensándolo fríamente, ¿cuántas de estas condiciones tendrían que ver con la presencia de ruido?
Cuántas casas o colegios hay próximos a carreteras o calles muy concurridas o aeropuertos, y trabajos con presencia de maquinarias ruidosas…
Se asume y vive con ello, y quizá sea después cuando se da uno cuenta de lo importante que habría sido tener en cuenta esa variable invisible. Y es que el silencio es uno de los indicadores más fiables de la calidad de vida.
El valor del silencio
Sólo cuando nos vemos expuestos a niveles de ruido excesivos nos damos cuenta del valor del silencio y la tranquilidad. Pongamos ejemplos de situaciones cotidianas que pueden perturbar enormemente la salud de las personas:
- Ciudadanos que viven próximos a un aeropuerto, o debajo hay una zona de ocio.
- Personas que trabajan en turno de noche, y que por la mañana, durante su hora de sueño, hay ruidos que le imposibilitan el descanso (tráfico, obras, aviones, etc.)
- Vecinos que no tienen en cuenta las necesidades de otros, con música, golpes, traslado de muebles, discusiones, etc. a cualquier hora del día.
- Puestos de trabajo con niveles de exposición de ruido elevados, bien por un ruido continuo durante la jornada, bien por picos altos en momentos puntuales, extendidos en el tiempo.
Sólo cuando nos vemos expuestos a niveles de ruido excesivos nos damos cuenta del valor del silencio y la tranquilidad
¿Podéis imaginar vivir de continuo en alguno de estos escenarios? ¿Ya lo hacéis? ¿Y cómo os afecta?
Estas realidades y muchas otras que podréis estar pensando y os invitamos a plantear aquí, pueden ocasionar diferentes daños a la salud. Todos pensamos, en un primer momento, en los daños físicos: pérdida de oído temporal o permanente. Pero, ¿hay algo más? Hay mucho más.
La simple pérdida de oído, per se, ya conlleva unos problemas añadidos: aislamiento social (“No entiendo lo que me dicen, así que lo mejor será que deje de hablarles… me aíslo”, “Nunca entiende lo que le digo, así que dejo de hablarle y contarle cosas”, posible depresión, aumento de los accidentes de trabajo, caseros o de tráfico por no advertir los peligros, posible pérdida del permiso de conducir, y un largo etcétera).
La variable ausencia de ruidos
Pero hay otros daños, no asociados a la pérdida de audición, que también puede ocasionar la presencia de ruido:
- Reducción de la atención, concentración, descanso y sueño.
- Estados crónicos de nerviosismo y estrés, expresados con sintomatología variada (insomnio, dermatitis, problemas gástricos, caída de pelo, etc.)
- Enfermedades cardiovasculares, alteraciones del sistema inmunitario, mareos, dolores de cabeza.
- Aceleración de procesos cancerosos.
- Disminución del rendimiento escolar o profesional.
Eduquemos desde pequeños en el valor del silencio
Podríamos seguir añadiendo a este listado un sinfín de síntomas, ya que cada persona reacciona ante las situaciones estresantes de una manera.
Permitidme que diga que hay tantos síntomas y reacciones como personas, así como niveles de tolerancia. Pero siempre existe un tope; a todos, en menor o mayor medida, y más pronto o más tarde, nos termina afectando el ruido.
Por ello, eduquemos desde pequeños en el valor del silencio. Démosle la importancia que se merece, cundiendo con el ejemplo. Incluyamos en nuestras variables importantes la ausencia de ruido, a la hora de buscar casa, colegio, trabajo… incluso restaurante para comer.
Y manifestemos, sin mucho ruido, la alegría de vivir el silencio, de respetarlo, disfrutarlo y saborearlo como se merece.